Para las y los más txikis LAIA se abre a las 9h, la entrada es más flexible que la de los mayores y tienen hasta las 10h para entrar. Nada más llegar, cada txiki se prepara para entrar; cuelga el abrigo o la chaqueta, deja la mochila del almuerzo y se quita el calzado que trae de casa para ponerse las zapatillas y así sentirse como en casa.
Su día se centra en el desarrollo de la autonomía y en sus relaciones personales con los demás, con las acompañantes y con el espacio.
Cuando llegan, su manera de saludarse la mayoría de días, es sentándose en la mesa de la cocina con su bolsa del hamaiketako (almuerzo) delante. Se ponen a comer algo de su almuerzo, eso ya es todo un acontecimiento para ellos, descubren qué tiene cada uno y según el día y los gustos lo comparten.
Cuando ha pasado un rato, a veces largo a veces corto, van con muchas ganas a la mugi (sala de movimiento), allí el juego libre y de rol se junta con los saltos de vértigo, el columpio a dos, a turnos, del revés y del derecho, subidas y bajadas al rocódromo, creación de coches, casas y refugios de animales con los bloques.
Hay días que antes de ir a la mugi lo que apetece es un libro, un ratito de letras o un rato de números al lado de la estufa, incluso ir a la sala de “Té”. En esta sala hay cosas que les gusta mucho: allí pueden ser cocineros, pintores, lectores, actores, constructores, todo aquello que cabe en su mente.
Los días que hace bueno, el arenero es el principal reclamo de los y las más peques, saltar los charcos, mojarse y jugar con diferentes texturas de arena con agua hace que entren en un estado de concentración que nos encanta ver y respetar. A veces, por parte de las acompañantes, se oye un: “espera, ahora está concentrado”.
Los conflictos son parte de nuestro día, tras ellos hay un sinfín de aprendizajes; aprenden a a dejar, a no dejar, a compartir, a respetarse, a llegar a un acuerdo, a quererse, a aceptarse, a aceptar al otro, y un largo etcétera.
A lo largo de la mañana oímos llorar, gritar, reír… los pequeños son energía explosiva en el momento necesario y LAIA está para eso.
Hay días que hacemos talleres: pintura, arcilla, pintar con tizas o amasar un rato todos juntos, que les encanta; también vamos de paseo a visitar los animales de Lizoain, a conocer los árboles de alrededor o recolectar flores.
En el “cierre” contamos un cuento o una historia, hacemos turnos de palabras y aprendemos a esperar el nuestro, que no siempre es fácil. Después de hablar todo el que quiere, nos vamos a poner los zapatos para jugar un poquito antes de que los aitas y amas vengan a buscarnos.